lunes, 11 de enero de 2016

Gobierno anti-social y plebiscito por la paz



El discernimiento y la paciencia como virtudes ciudadanas en la contingencia política


Descontados imprevistos (catástrofes, fuerza mayor, una bien guardada y de último momento estratagema uribista, que para el efecto sería igual o peor que lo primero), necesitaría una de dos cosas el gobierno Santos y su Unidad Nacional para no leer los momentos y desatinar con la fecha de convocatoria a los colombianos votantes a responder en el Plebiscito por la Paz si está de acuerdo --refrenda-- o no lo está --refuta-- con los Acuerdos de la Habana; la primera cosa, ser muy estúpido, o la segunda, que el ciudadano votante mayoritario no se caracterice por su capacidad de discernimiento y cierta paciencia para comprender los momento del acontecer político. O bueno, ¿con una de las dos bastaría?
Si se acogen estas dos restricciones, es suficiente sustentar la primera. Puesto que, evidentemente, el electorado --potencial y activo-- no observa como características esenciales de su actividad política una capacidad para discernir entre uno y otro asunto en política y mucho menos se toma su tiempo para, rei memoriam, consagrar su "fe" o condenar a una figura política, sin importar de entre lo malo lo bueno, o viceversa, que pueda realizar esa figura; el gobierno acusaría una grandiosa estupidez en su accionar al realizar el plebiscito en época de capa caída en las encuestas u opinión del electorado respecto de su desempeño. Y si a esto le sumare una reforma tributaria en la antesala, a no dudarlo, la platica de la Habana se perdería; del potencial electoral, por tradición histórica, contaríamos que la mayoría sigue en su abstención --por convicción y activista, o por abstemia política, un grado superlativo de estupidez y/o indiferencia social--, de los activos, buena parte se la llevaría el No y; finalmente, el uribismo no nos dejaría en Paz, reclamando su contundente victoria, a saber: todos los abstencionistas --y abstemios-- más todos los No.
A propósito: entre abstencionistas y abstemios, dada la contingencia política (que no admite posturas a perpetuidad), ¿podría resultar algo de más terquedad que no votar el plebiscito? Sí, declararse contrario al uribismo y abstenerse. Incluso los "antisistémicos" de las Farc saldrán a promoverlo y votarlo. Es decir, el Sistema (o "stablishment") de acuerdo con el Anti-sistema (!?). De lo que se sigue que una postura antisistema es menor a una postura antiuribista. Lo dicho, en política la perpetuidad principal resulta en entelequia de pretendida eticidad. Suena y es triste, pero real(-ismo). Conclusión pragmática en claro y oscuro: en efecto, todo quien no vote Sí, vota No y casi que por lo tanto, es uribista, al menos en ese día de plebiscito. Según este pueril razonamiento: yo seré santista ese día.
Esto puede parecer presuroso, a lo mejor lo es, y falto de discernimiento, seguramente. Entonces un intento por que todo el texto lo parezca menos, podría ser el siguiente:
1. Santos no es un gobernante empeñado en el crecimiento social de la ciudadanía en general, excepto que esto se dé como una consecuencia lógica de su empeño primordial: crecimiento económico supeditado a mayores ganancias de élites económicas. Dicho de otro modo, el bienestar social es meramente un requisito para el bien y comodidades suntuarias de esas élites que ya han desbordado lo obsceno. El ser humano como mero medio usado por otro para los fines de éste.
2. Su gobierno, barnizadas de sociales, ha hecho efectivas las medidas que expresan su empeño principal. El paquete tributario --que a hoy nadie conoce o nadie del gobierno ha mentado--, aún mermado por la reacción ciudadana mayoritaria ante su posible aplicación, guarda tal principio. Más allá de sus contradicciones públicas, que deben entenderse como el recurso a la mentira y la hipocresía (parte del arte del gobernante), el gobierno Santos es coherente y consistente en su principio elitista.
3. Lo que Santos denomina "paz", no es más que otro medio para su empeño principal. Huelga decir, su ansia de reconocimiento histórico, "el presidente que logró la paz" (el Nobel incluído; habría que agregar: y la guerrilla, y el pueblo..., y las víctimas que lograron la paz), es apenas consustancial a los gobernantes; lo cuestionable es el camino que siguen para obtenerlo.
4. No obstante, "paz" también es el silenciamiento de los fusiles de las Farc, uno de los factores que han generado violencia en Colombia, aunque de menor incidencia al lado de agentes estatales y paramilitares. Restar este factor le quitará argumentos al Estado y de paso al uribismo y su guerrerismo para justificar el déficit o la crisis social y económica cultivadas desde antes, mucho antes del nacimiento de Pedro A. Marín.
5. Con mayor rigor, la firma de esos Acuerdos posibilitaría la disminución de la violencia y muerte de colombianos. Pero de aquí al logro de una calidad de vida digna de las personas, faltaría mucho por recorrer. Por ejemplo, el ancho, largo, profundo e inexpugnable trecho de la corrupción, primer y más grande generador de violencia. La corrupción es el terrorista por excelencia de una nación. Poco a poco somete a sus ciudadanos a la tortura social, les mata lentamente cerrando hospitales, centros educativos, oportunidades y hasta el mínimo vital de agua. La guerrilla es el sofisma de distracción por medio del cual la corrupción se enmascara para irse de carnaval con las riquezas de la nación.
Efectivamente, buena parte de los colombianos nos podremos poner de acuerdo en torno a las negociaciones de paz lideradas por el gobierno Santos (y las Farc), pero por distintos motivos; éste por su empeño primordial, y esa parte de la ciudadanía probablemente por las razones 4 o 5. Con esta motivación, resulta suficiente responder Sí en el Plebiscito por la Paz, aún a riesgo de cobro por ventanilla del gobierno actual de un cheque en blanco de favorabilidad popular o buena opinión sobre su gestión en general.
Y una última consideración para la paciencia y el discernimiento ante la contingencia política que nos reúne, que de ser observadas por la ciudadanía, junto con las precedentes (1 a 5), serían garantía de confianza del gobierno --por muy idiota que éste se comportara y no atinara con la fecha de convocatoria, esperemos que las Farc sí sepan asesorarle-- para la obtención de la refrendación popular de los diálogos de la Habana; versa sobre el fin mismo del plebiscito. El obvio, lograr el Sí, por parte del gobierno Santos; y, ya encarrilados, el No por parte del uribismo. Habrán quienes no se reconozcan uribistas y no voten o marquen No ese día, pero insisto, ese día sólo será a blanco y negro. Y el otro fin, el de detrás de bambalinas de lo político, aunque a estas alturas ya harto evidente, propinar una derrota en la opinión del pueblo sobre Santos por parte de Uribe. Si como lo afirmara Mendes France, el plebiscito se combate, esa batalla por parte del uribismo se viene librando desde su sola mención en boca del santismo. El último --pero no el final-- escenario fue el del Senado, el 02 de diciembre del año recién pasado, durante primer debate del plebiscito. Ahí se discutió el articulado que daría el sustento legal al mismo, evidenciándose la máxima de Mendes. No obstante, si finalmente no es derrotado ese plebiscito en los términos que propone el gobierno, la última movida del uribismo (que ya empieza a afilar y cortar) es tirarle todo al No --y a la fe, bien fundada, en la abstención histórica y generalizada del electorado--, pues en tonos políticos sería equivalente o mejor que evitarlo. (No puedo evitar la cuita: la última y más miserable Asamblea estudiantil de Univalle de 2015, en la que se debatía el mecanismo para decidir si mantener o levantar el Paro por la crisis del Hospital Universitario del Valle. Decidir uno u otro mecanismo de los propuestos por paristas y no-paristas, ya hacía inoficioso entrar a decidir sobre el Paro, pues el propio mecanismo ya traía consigo el veneno de la decisión sobre el Paro mismo. Esos ejercicios estudiantiles cada vez, ay, parecen mejor copia del honorable Congreso).
En síntesis, el gobierno Santos debe cuidarse de no ponerle fecha al Plebiscito por la Paz en un mal momento de la opinión pública sobre su gestión --dificil--, si quiere un Sí legitimado con el 13% (hasta ahora; en un inicio los uribistas ponían el umbral del 25%, casi 9millones de votos, evidente muestra de combate) del censo electoral (34 millones en las últimas elecciones), equivalente a unos 4,4millones de votos. Es eso, o augurar la condena a un No, dada la capacidad de discernimiento del pueblo para desligar en medio de la contingencia política, unas cosas (gobierno "anti-pueblo") de otra (la Paz) y la paciencia para comprender el todo, la Paz como condición y consecuencia de una vida digna para todos los ciudadanos.